31.5.13

Más allá de la ficción

En la cartelera barcelonesa aún se mantienen un par de documentales espléndidos, de narrativa diferente y con algunos paralelismos en su estilo y estructura.

El primero de ellos es el oscarizado Searching For Sugar Man, un acercamiento a la figura de Sixto Rodríguez (artísticamente más conocido como Rodríguez, a secas), un cantante que fue descubierto en un pequeño club de Detroit por un par de cazatalentos en los años 60. Tras grabar un primer y espléndido álbum, sin ningún tipo de repercusión en EE.UU., el músico gozó de cierta fama en la Sudáfrica del Apartheid aunque, tras la grabación de un segundo disco, desapareció del mapa. Incluso llegó a asegurarse la teoría de que el artista se suicidó en directo durante uno de sus conciertos.

La cinta, dirigida por Malik Bendjelloul, está planteada como si se tratara de un thriller, una película de intriga. Con la ayuda de varios personajes que en su día investigaron la posible muerte del cantante, sigue la pista del intérprete desaparecido. Para ello se ayuda de varios giros sorprendentes de guión, al tiempo que encandila al espectador con las composiciones de éste. Comparado por algunos (y con cierta razón) con la grandeza musical de Bob Dylan, la cinta mantiene al patio de butacas con la incógnita de saber toda la verdad sobre Rodríguez. Va tras sus pasos y, poco a poco, abre puertas para conocer más sobre el personaje.


Juega con las emociones y el misterio, al tiempo que reivindica a un músico que, laureado y querido sólo en Sudáfrica, fue ninguneado en el resto del mundo. Un documento único, diferente y totalmente magnético. Tras su visionado, me entraron ganas de hacerme con los dos únicos álbumes de Rodríguez.


El otro documental al que hacía referencia al principio de este post es El Impostor, un espléndido trabajo que, al igual que Searching For Sugar Man, se ampara en la narrativa del thriller para contar la historia de un engaño mayúsculo.

El Impostor arranca con la desaparición de un niño de 13 años del seno de una familia del Medio Oeste americano; un chico que, cuatro años después, apareció en un centro de acogida del sur de España. Una vez avisada la familia, estos aceptarán de nuevo en su hogar al hijo perdido, a pesar de que se trata de una persona totalmente distinto: un joven francés, casi 10 años mayor que su pequeño y dispuesto a usurpar la personalidad del desaparecido.

Un film sorprendente y alucinante pues, tratándose de un caso verídico narrado por sus propios protagonistas, traza situaciones de un surrealismo brutal. Su director, Bart Layton, se acerca de frente y sin tapujos a la encrucijada planteada. Suscita dudas en el espectador, tanto por las intenciones de la familia como por las del joven farsante, y se acerca a la trama a través de un espléndido dominio del suspense. ¿Qué pretende la familia dando por válida la llegada a su hogar de un embustero? ¿Qué será del impostor si este acaba siendo descubierto?


Dos documentales modélicos e intrigantes que no hay que dejar escapar. Y es que, en muchas ocasiones, la realidad supera a la ficción.

22.5.13

La humanidad en peligro


Tras el fiasco que supuso Tron: Legacy, Joseph Kosinski regresa a la ciencia-ficción con Oblivion, un pretencioso trabajo, con varias concesiones a la taquilla, que, en el fondo, no es más que otro descarado producto para potenciar la figura de su protagonista principal, Tom Cruise, todo un chupóptero profesional de cámara que no cesa de robar planos a sus compañeros. Vaya, que la película, a pesar de ofrecernos una correcta y esforzada interpretación del actor, no pasa de un nuevo Festival Cruise.
 

Año 2077. La Tierra ha sido destruida tras la guerra entre humanos y extraterrestres, los scavengers. El planeta está desolado. Sus habitantes han tenido que emigrar a Titán, una de las lunas de Saturno. Sin embargo, algunos se han quedado para ejercer de vigilantes en una ardua tarea para extraer recursos vitales después de la larga contienda con los scavs, seres que aún siguen pululando por el planeta. Él es mecánico de drones, unas naves no tripuladas que ayudan en los trabajos de inspección. Atiende por Jack Harper y vive en una sofisticada estación espacial al lado de Victoria, su actual compañera sentimental. Durante una de sus misiones y tras el rescate de Julia, una humana hibernada, descubrirá un secreto que reavivará sus recuerdos y dará pleno sentido a su existencia.


Las intenciones del film son buenas. Pero no pasa de las intenciones. Pretende recuperar el espíritu más clásico del género, homenajeando al mismo tiempo, entre otros, a títulos como 2001: Una Odisea del Espacio o El Planeta de los Simios (con varios iconos de la arquitectura neoyorquina enterrados en la arena, incluida la Estatua de la Libertad), pero se pierde en un maremágnum de lagunas y episodios en nada clarificadores, convirtiendo la historia planteada en una losa (a menudo indescifrable e ilógica) para el espectador.

Técnica y visualmente impecable, la cinta se apoya, ante todo, en un espectacular despliegue de efectos especiales y en el loable diseño de los artefactos de que disponen sus pocos supervivientes, potenciando así el contraste entre el estado ruinoso del planeta y las nuevas y brillantes tecnologías, al tiempo que ofrece algunas escenas (aunque muy aisladas) de acción al más puro estilo del Hollywood actual (como sucede con el ataque de los drones a la guarida de los rebeldes). Todo ello muy bonito y muy sutil, a pesar de que la historia (enmarañada donde las haya) no avance hacia ningún lado.


Por desaprovechar, el tal Kosinski hasta desperdicia a un actorazo como Morgan Freeman (el cabecilla de los insurgentes) y no explota en absoluto el personaje (en el fondo, clave) de Olga Kurylenko, actriz que queda totalmente desplazada por la inquietante presencia de Andrea Riseborough, su rival femenina en pantalla.


Un film fallido, aburrido y exageradamente hinchado. A años luz de los grandes clásicos de la ciencia-ficción a los que pretende acercarse.

16.5.13

El superhéroe graciosillo


Shane Black debutó en la dirección con la ingeniosa Kiss Kiss Bang Bang, una comedia con aire de thriller protagonizada por Robert Downey Jr. y Val Kilmer. Ahora, 8 años después, nos presenta su segundo film: la tercera entrega de Iron Man, Iron Man 3; una entrega que entra a saco en la personalidad de un dubitativo Tony Stark (alter ego del superhéroe) y en la lucha que tendrá que sostener, en compañía de Iron Patriot (Don Cheadle), para liberar a su compañera y al Presidente de los EE.UU. de las manos de un terrorista que alucina pepinillos.


Técnicamente impecable, la película se le escapa de las manos al realizador al querer dotarla de un aire de comedia astracanada que, en lugar de hacer gracia, termina por cansar al respetable. En este aspecto, un sobreactuadísimo Robert Downey se recrea de forma exagerada en sus muecas de caricato de feria y en darle a su personaje un toque de graciosillo perenne, al tiempo que introduce en la historia a un malvado apayasado al más puro estilo Bin Laden (aunque con engañifa incluida) e interpretado por un también desmadrado Ben Kingsley. Pero, queriendo rizar aún más el rizo, Iron Man 3 echa mano de un segundo villano: un científico loco al que da vida un igualmente desmelenado Guy Pearce. Por lo visto, aquí todos se desmandan a sus anchas.


Al igual que otros títulos basados en figuras de la Marvel, incide en la ya cansina estrategia de mostrar a un superhéroe cansado de su personaje aunque, al mismo tiempo, dispuesto a seguir experimentando con nuevas armaduras y trucos tecnológicos para el desarrollo de sus inventos. Así, en esta ocasión y para gloria de los encargados de los efectos especiales, Tony Stark cuenta con tropecientas armaduras distintas que acudirán en su ayuda, siempre de forma muy espectacular cuando él las necesite. De hecho, el show de las armaduras montándose y destruyéndose contínuamente se convierte en un abusivo y reiterativo déjà vu a lo largo de la proyección.



Gwyneth Paltrow tiene un poco más de relieve que en las dos entregas anteriores, pues le ha cedido el rol de mujer florero a Rebecca Hall (la Vicky de la infumable Vicky Cristina Barcelona), totalmente perdida al intentar sacar adelante un papel metido en calzador en medio del mínimo intríngulis argumental. Y de propina, para crispar aún más al personal, añádanle la irritante presencia de Ty Simpkins, un niñato repelente que ayudará a Iron Man a recomponerse para seguir en pie de guerra.


Odio a los superhéroes. Cada vez más. Aparte de cuatro chistes manidos y sin salsa, hay demasiada pirotecnia y muy poca chicha. Vacía, vacía, vacía. El aburrimiento está garantizado. Una pena que el tal Shane Black, tras 8 años de inactividad, haya regresado a la dirección con un producto tan típico y tópico como este.

14.5.13

Darth Vader a domicilio

Érase una vez en Barcelona, alrededor de los años 80, que un niño de unos 3 años vivía enganchado a La Guerra de las Galaxias, película que, a petición suya, su padre le ponía en el VHS una y otra vez. Luke Skyvalker, la princesa Leia, Han Solo, Darth Vader… toda una fauna galáctica a la que estaba fuertemente enganchado.

El niño era encantador, pero tenía un pequeño problema, el mismo que casi todos los críos de su edad: a la hora de comer se convertía en un rebelde de mucho cuidado. El chaval se resistía a zamparse la comida que le servían en su plato. No había manera de que le plantara cara a la manduca.

Su padre, sabedor de la fascinación que sentía su hijo por La Guerra de las Galaxias y del lógico temor que le provocaba el personaje de Darth Vader, contactó con un amigo suyo. Este amigo, de voz poderosa y doblador profesional, redobló de nuevo a Dart Vader en una escena concreta y con un mensaje directo para el pequeño desganado.


Un buen día, negándose de nuevo a ingerir su vianda, los padres le colocaron por enésima vez su película preferida en el reproductor de vídeo. De pronto, el niño quedó colapsado. Darth Vader apareció en la pantalla de su televisor y, con su habitual voz metálica y dirigiéndose directamente a él, le espetó: “Jofre, si no comes, nunca vas a crecer”. Ya pueden imaginarse la cara de sorpresa y estupor que se le quedó al chaval. Dicen que, a partir de ese día, nunca más volvió a renunciar a su comida. El poder del lado oscuro es innegable.

El pequeño era Jofre Bardagí, hoy en día todo un hombretón y cantante solista del grupo Glaucs. Su padre era el desaparecido guitarrista, compositor y arreglista musical Josep Maria Bardagí; o sea, mi apreciado primo hermano. Y el doblador, cómo no, era el recientemente fallecido Constantino Romero.


Ahora, en algún lugar, Josep Maria y Tino posiblemente también estén recordando esta misma anécdota.

10.5.13

El landismo está de luto

Ayer, a los 80 años de edad, se nos fue una de los iconos más aclamados del cine español, Alfredo Landa; el gran ALFREDO LANDA, con mayúsculas. Actor único e irrepetible. Nadie cómo él (con la excepción del también desaparecido José Luis López Vázquez, otra bestia de la interpretación) dio vida con tanta firmeza al españolito de a pie; ese españolito de clase media del que, en los años sesenta y setenta en pleno franquismo, explotó su vertiente más grotesca, resaltando como únicos ideales en su vida el comer (mayoritariamente paellas) y follar (a ser posible con una sueca), aparte de pegarse el piro al extranjero en busca de mejor fortuna. Como ahora, vaya. Poco hemos cambiado.


No Desearás Al Vecino del Quinto, Vente a Alemania,Pepe, Dormir y Ligar: Todo Es Empezar o Una Vez Al Año Ser Hippy No Hace Daño, son buenos ejemplos de los títulos que, protagonizados por Landa, acuñaron el término landismo; un término que, en el fondo, esconde todo un tratado sociólogico de una época pasada a la que parece tenemos cierta tendencia a regresar.

En 1977 con El Puente se cruzó una etapa. Con la película, Juan Antonio Bardem nos descubrió a un actorazo inmenso que, aparte de representar a tipos calentorros y cortos de entendederas, podía afrontar a personajes de mucha más envergadura, tal y como hizo años después con Germán Areta, el detective privado de El Crack de José Luis Garci, o con Paco el Bajo, el maltratado y bonachón trabajador de Los Santos Inocentes que tantos premios le supuso (Goya y Palma de Oro en Cannes incluidos).


Personalmente, de entre sus muchos y entrañables personajes, me quedó con Malvís, ese bandido Fendetestas que, desde El Bosque Animado de Cuerda,  cimentó una peculiar amistad con una ánima en pena atemorizada por la presencia de la Santa Compaña.


En su memoria, hoy me declaro landista total. Descanse en paz.

8.5.13

El delicioso sabor de lo añejo

Con la muerte ayer de Ray Harryhausen a los 92 años de edad, decimos adiós a una manera artesanal de entender los efectos especiales. Él creó ejércitos de esqueletos y monstruos de todo tipo y tamaño, amenizando las tardes de doble sesión, en cines de barrio, a un par de generaciones.


Su cine fue capaz de transportar al espectador a universos mágicos y terroríficos, haciéndole vivir aventuras fantásticas e irrepetibles. En tres ocasiones nos acercó al mundo de Simbad y, de la mano de James Franciscus, nos plantó ante un bichejo prehistórico descomunal haciendo de las suyas en medio de la Ciudad Encantada de Cuenca a la que, para la ocasión, se rebautizó como el Valle de Gwangi.

La magia de sus efectos especiales se ha ido para siempre. Si algún día regresa Jason, se verá obligado a darse de hostias con esqueletos digitalizados y derrotar a ogros rodeado de diabólicas cromas, tal y como le sucedió al Perseus de las dos nuevas revisiones de Furia de Titanes. Nunca volverá a ser lo mismo de antes. Qué pena…


Descanse en paz, buen hombre.

2.5.13

Gángsters, hippies, prisiones y un Dios lisérgico

1968. Los hippies, el “haz el amor, no la guerra” y el LSD molaban. La cultura pop estaba en su punto máximo de expresión. Y la psicodelia cinematográfica arrasaba. El cine gamberro y antisistema era fetén. Otto Preminger, uno de los directores más prestigiosos de Hollywood, a pesar de su célebre calvicie, optó por desmelenarse y subirse también al carro.  Su tarjeta de visita llevaba el nombre de Skidoo (lo que aquí, en España, en caso de haberse estrenado, se hubiera titulado Moto de Nieve), una locura psicotrópica sin mucho sentido que, tras una semana en cartelera con una pésima acogida, fue apartada de la exhibición comercial por el propio Preminger.


Un reparto extenso y de lujo en el que se contó, entre otros, con gente habitual de las comedias de la época como Jackie Gleeson, su eterna compañera Carol Channing, Frankie Avalon o Burgess Meredith. El toque pop lo puso un John Philip Law recién salido de ejercer de angelote en otro film maldito, Barbarella, mientras que Peter Lawford, por aquel entonces senador, daba la nota de atrevimiento al formar parte del elenco de una cinta en la que, según cuentan y durante su rodaje, el ácido lisérgico corrió como la espuma entre todo el equipo técnico y artístico.


George Raft y Cesar Romero también se apuntaron al invento, desenvolviéndose como peces en el agua en sus habituales roles de maleantes. Pero el par de guindillas que coronaban Skidoo corrieron por parte de dos míticas estrellas del Hollywood más clásico: Mickey Rooney y Groucho Marx. El primero dando vida a George “Blue Chips” Packard, un gángster metido entre rejas y dispuesto a cantar para delatar a su antigua banda, mientras que el segundo, el gran Groucho, a sus 77 años de edad, se metió en la piel del mismísimo Dios, el jefe de una banda de mafiosos que, desde el yate en el que vive enclaustrado, intenta manejar todas las teclas posibles para que sus hombres acaben con la vida de Blue Chips en la prisión en la que cumple condena; un Dios peculiar, arropado por la escultural figura de la modelo de color Luna y tocado, al mismo tiempo, por las alucinaciones del LSD que se zampó por consejo del propio Otto Preminger.


En su estreno, el delirio teóricamente jocoso planteado por el realizador de Anatomía de un Asesinato, descolocó a todo el mundo. La película, vista hoy en día, tan solo se disfruta por tratarse de una rareza sin precedentes. Una rara avis astracanada en la que se mezclaban los disparates propios de productos como ¿Qué tal, Pussycat? o Casino Royale con los efluvios provocados por la ingesta masiva y colectiva de tripis y LSD. Sus gags, aparte de alocados, resultan pésimos, sin ninguna gracia, aunque se adivina que todos los que intervinieron en su construcción, del primero al último, lo pasaron de puta madre, incluido Harry Nilsson, el compositor de su banda sonora y capaz de despedir el film con un infumable número musical (muy de la época) interpretado por una Carol Channing disfrazada de pirata hippie y de urdir un tema (y esto tiene su coña) para desarrollar unos títulos de crédito finales totalmente cantados..


Mi pasión por Groucho Marx me ha obligado a perseguir, durante muchos años, una copia de Skidoo. Esta semana, por fin, conseguí visualizar esta extraña ensalada de mafiosos, hippies, prisiones y sustancias alucinógenas. Y, ante tanto desvarío, me he quedado con un palmo de narices. La decepción ha sido inmensa. Quizás sería mejor no haberla visto nunca y seguir soñando con un film maldito muchísimo más ingenioso. La lástima es que sólo se queda en la anécdota.