3.7.06

Ustedes lo han querido: EL EXPERIMENTO

Es la segunda vez que veo El Experimento. La primera fue en el Festival de Sitges, hace de ello unos cuantos años. Y, en esta ocasión, me ha seguido sorprendiendo y poniendo la piel de gallina al igual que entonces.

El Experimento es un film crudo y crítico. Sobre todo crítico con esta cínica sociedad del "bienestar" en la que todo parace solucionarse gracias a las numerosas cámaras de vídeo que controlan nuestras calles ("y nuestras vidas") por todas partes. El Gran Hermano, cuestionado y puesto en pantalla, de manera desgarradora, por el alemán Oliver Hirschbiegel. De hecho, con este título, debutaba en la pantalla grande tras una larga experiencia en televisión; esa televisión que creó el popular (y deleznable) show del Gran Hermano antes citado.

De todos modos, el Gran Hermano que nos plantea la película de Hirschbiegel tiene un formato distinto (aunque paralelo) al del espacio televisivo con mas audiencia de los últimos años. El creador del experimento que expone este largometraje se ampara en la estúpida excusa de realizar un importante estudio psicológico. Casi, casi, el mismo pretexto dado por los responsables del programa de televisión: un pretexto repetido, una y mil veces, para darle un (falso) toque de seriedad a un espectáculo tan denigrante como el que nos propone este producto alemán (o, al menos, eso es lo que reiteraba de manera incansable Mercedes Milá).

Un reducido equipo de psicólogos convoca a un grupo de hombres, voluntarios y remunerados, para someterse a una prueba psicológica. Verdaderos conejillos de indias; cobayas humanas. Cada uno de ellos será sometido a un extenso test y, en pos de sus caracteres personales y físicos, se les ofrecerá uno de los dos roles existentes para realizar una investigación de más de diez días de duración e incomunicación. El escenario ya está montado en una de las grandes estancias adjuntas a una universidad. Dos platós televisivos. Uno abierto a la salida exterior; el otro, cerrado herméticamente. Ambos están controlados por numerosas cámaras de vídeo, ante cuyos monitores un par de psicólogos supervisarán todo cuanto ocurra en el lugar.

La estancia cerrada simula el pasadizo de una prisión con varias celdas. Su interior lo ocuparán aquellos que han sido seleccionados para cumplir con su papel de prisioneros. En el recinto abierto (una especie de vestuario con una sala de descanso) estarán los que han de cumplir con el rol de carceleros. El juego está montado. Las reglas son concisas. En la partida vale de todo, excepto la violencia corporal.

El opresor y el sometido. El fuerte y el débil. El uniformado y el civil. La tensión no se hará esperar. Las reglas se cumplirán; nunca al pie de la letra pero, en un principio, se irán cumpliendo... hasta el punto en que nadie sepa como frenar la explosión de odio y venganza que empieza a nacer entre reos y carceleros. Los unos se crecen con su uniforme; los otros se sienten cada vez más maltrados.

El Experimento es un film claustrofóbico y crudo. Muy crudo. Basado en la novela Black Box de Mario Giordano (a su vez, inspirada en una prueba real realizada en los EE.UU.), se trata de un trabajo sin concesiones dotado de una mala leche extraordinaria. El clima de tensión que alcanza es enorme. Empieza de manera suave para, poco a poco, ir entrando en un crescendo de agobio imparable, en el que valen todo tipo de humillaciones, tanto psíquicas como físicas. El rencor, la rabia, la prepotencia y la impotencia son sus protagonistas. La violencia es la respuesta a dichas constantes.

Un thriller de connotaciones dramáticas y, al mismo tiempo, un melodrama estremecedor. Tan aterrador resulta en ciertos momentos que, en su parte final y a través de un guiño visual, el realizador hace un cerebral y lógico homenaje a La Noche de los Muertos Vivientes, un clásico por excelencia del cine de terror. La imagen de algunos de los participantes de la prueba, errando como zombies vivientes por un parking vacío, es una de esas visiones que difícilmente se puedan olvidar jamás.

Un trabajo diferente y comprometido que, sin embargo, se permite alguna licencia no muy creíble (pero perdonable) en su narración. El destornillador, en el interior de la caja negra, es un buen ejemplo de ello. Los que hayan visto la película, sabrán a lo que me refiero. Los que no, piensen en ese bolígrafo trampa con el que Hannibal Lecter, en El Silencio de los Corderos, conseguía el pasaporte al exterior. Más o menos se trata de lo mismo: un artificio como otro para poder seguir adelante con la trama.

En el fondo (muy en el fondo, pues aún tengo mi corazoncito), me gustaría que la próxima edición de Gran Hermano o de La Cocina del Infierno se les desmadrase como ocurrre en El Experimento. A ver si escarmentamos de una vez por todas, ¡leñe!. Menos cobayas y un poco más de inteligencia... tanto en la tele como en la sociedad.

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