31.1.06

YoGa 2005

Justo después de la concesión de los Goya -mediante de una pésima, inacabable y rancia ceremonia-, ayer noche se reunió en un restaurante barcelonés el temido colectivo Catacric para la elaboración anual de los premios YoGa. O, lo que es lo mismo, los premios a lo peor del año según un grupo de críticos catalanes.

Como es de suponer, mi presencia en el lugar fue inevitable. Ser un tipo pérfido siempre me ha encantado.

Sin más dilación y casi en primicia exclusiva, he aquí los YoGa del 2005

PREMIOS YoGa 2005 - 17ª Edición

El CATACRIC (Catalán Crítics), colectivo anónimo y mutante, ha otorgado los contrapremios YoGa a los PEORES de la temporada cinematográfica correspondientes al año 2005:

CINE ESPAÑOL:

- Peor Película
YoGa Chanquete a:
CAMARÓN de Jaime Chávarri

- Peor Director
YoGa Soñando, Soñando, Acabé Patinando a:
JUANMA BAJO ULLOA por Frágil

- Peor Actor
YoGa El Pen(e)Alti Más Largo del Mundo a:
SANTI MILLÁN por Amor Idiota

- Peor Actriz
YoGa La Cosilla de Adán a:
EVA COBO por Pasos

CINE EXTRANJERO:

- Peor Película:
YoGa China y Zorrilla a:
EL SABOR DE LA SANDÍA de Tsai Ming-Liang

- Peor Director
YoGa Un Poco de Magno Es Mucho a:
OLIVER STONE por Alejandro Magno

- Peor Actor:
YoGa Legolas, ¿A Dónde Vas? A:
ORLANDO BLOOM por El Reino de los Cielos

- Peor Actriz
YoGa Million Boba Baby a:
RENÉE ZELLWEGER por Cinderella Man

YOGAS ESPECIALES:

- YoGa No Dirijas Que Es Peor a:
Los actores FEDERICO LUPPI, ALEXIS VALDÉS Y LIBERTO RABAL, por su debut como directores

-YoGa Horror Amarillo a: TODO EL CINE DE TERROR ASIÁTICO

- YoGa Atraco a las Tres a:
Al MINISTERIO DE CULTURA por apropiación indebida de El Reino de los Cielos, Sahara y A Good Woman (consideradas como películas españolas a la hora de computar en taquilla)

- YoGa UNO DE LOS NUESTROS:
YoGa Qué De-leite Méndez Leite,
a la Gala de la 20ª. Edición de los premios Goya (sin olvidar la posibilidad de calificarla La Noche Más Larga)

Los Catacric también quieren sumarse a la moda de los extras, como en los DVD. Aquí les citamos algunos.

A lo largo de la deliberación, salieron muchas más películas, directores y actores. De entrada, por ejemplo, el colectivo decidió prescindir de candidatos tan obvios como Ricardo Bofill y su Hot Milk, o Santiago Segura y sus Torrentes y Borjamaris. No merecen nuestra atención: ya tienen bastante publicidad y nuestros colegas de los premios Godoy les han prestado todo el espacio que precisan.

Vacas sagradas del cine más intelectual, como Robert Guédiguian (por Mi Padre Es Ingeniero), Michelangelo Antonioni (por Eros), y más comercial, como Ron Howard (por Cinderella Man) o el citado Luppi, fueron serios candidatos de nuestros YoGa al peor director.

Los actores barajados fueron muchos: desde Gérard Depardieu hasta Robert de Niro, pasando por Dustin Hoffman, Tom Cruise, Colin Farell y Brad Pitt… Y entre las actrices, Barbra Streisand y Angelina Jolie se libraron por los pelos.

También quedaron flecos y con votos particulares algunas referencias al infecto doblaje de Kung-Fusión y Los Dalton contra Lucky Luke, que ya eran bastante malas de por sí…

Pero como hay más años por delante, no se preocupen, que ya pillarán.

30.1.06

El tunel del tiempo

Los humanos somos raros. Muy raros. Y yo, el primero.

¿Es lógico que un servidor dedique su tiempo a darle un vistazo a Starsky & Hutch, mientras en la cartelera actual figuran tres o cuatro títulos tentadores? Pues no, la verdad... pero me apetecía ver esta soberbia gansada, aunque sólo fuera como homenaje al desaparecido Chris Penn quien, en este film, realizaba una pequeña intervención como policía.

Remontarse a la serie original es rebobinar mucho en el tiempo. Se estrenó en España allá por 1976, con los primeros televisores en color. Por aquel entonces yo tendría unos 16 años. Y, al igual que la mayoría de jóvenes del momento, estaba enganchado a la dosis semanal de Starsky y Hutch. Ese look tan hortera que lucía no nos sorprendía en absoluto, pues era la estética predominante en esos años. Pantalones acampanados y automóviles tuneados, eran el plato fuerte del momento.

El argumento de sus episodios era lo de menos. El truco estaba en sus emblemáticos protagonistas y en las numerosas escenas de acción. La presencia de un narco (a ser posible afroamericano) era la excusa ideal para que uno de los dos agentes acabara infiltrándose –capítulo tras capítulo- en el mundo del hampa. Era la época en que la blaxpotation golpeaba con fuerza en la pantalla grande, con lo cual la serie televisiva se apuntó al carro de ese movimiento. Starsky y Hutch tenía un cierto regusto a película de serie B protagonizada y realizada por gente de color: los dos polis eran blancos, pero la música funky y un sinfín de secundarios negros (de entre los que destacaba Antonio Fargas, el confidente habitual), se encargaron de ello.

La actualización cinematográfica es más de lo mismo. Es fiel a la tónica del original televisivo, aunque bajo un punto de vista más satírico. Potencia, en todo momento, la extraña relación entre el par de policías protagonistas, dos tipos de carácter muy distinto pero que se entienden entre ellos a la perfección. Una relación que, por cierto, dista muy poco de la mantenida por Stan Laurel y Oliver Hardy y a la que el largometraje de Todd Phillips ha retratado con un puntito de malicia. Si en televisión tanto Starsky como Hutch ya eran unos botarates, en esta ocasión están tan caricaturizados que parecen tontos del culo.

Como fácil recurso humorístico, exagera los defectos del dúo. Starsky se pasa buena parte del metraje saltando por encima de los capós de cuantos coches se cruzan en su camino, mientras que la principal y única obsesión de Hutch estriba en poder ligar con una rubia exuberante dotada de buenas tetas. El coche rojiblanco (todo un icono televisivo) y el chivato oficial, Huggy Bear, son sus otros dos puntos de atención. Y, al igual que en la serie, la película no tiene hilo argumental alguno. Incluso, en este aspecto, ha seguido respetando la fuente original.

Uno de los pocos aciertos se encuentra en la elección de Ben Stiller y Owen Wilson. El primero da vida a David Starsky, mientras el segundo hace lo propio con Ken Hutchinson. Y, tanto el uno como el otro, bordan sus respectivos papeles, convirtiéndose en verdaderas almas gemelas de los actores televisivos, Paul Michael Glaser y David Soul. De manera inevitable, éstos también tienen su particular (aunque forzado) caméo, al igual que ocurre con un divertido (pero esperado) guiño a la meteórica carrera como cantante de David Soul.

Un film olvidable que, sin embargo, sirve para que aquellos que recordábamos la serie con agrado descubramos que se trataba de un producto endeble y vacío, como la personalidad de sus dos personajes principales. Mucho me termo que, entre este remake y los episodios originales, hay muy poca diferencia. Definitivamente, cualquier tiempo pasado no fue mejor.

26.1.06

YoGa interactivos y simios de película

Este fin de semana tenemos Goya y, como es habitual desde hace unos cuantos años, unos días después (exactamente el martes) saldrán a la luz los premios YoGa. Unos premios muy especiales, dedicados íntegramente a lo peor de lo peor del año y que otorga un colectivo de críticos catalanes, los Catacric.

Orgulloso de formar parte de ese grupúsculo en la sombra, en esta ocasión les invito a visitar el blog del Catacric y, desde él, proponer premios para la edición actual. Ustedes también tienen la palabra.

Les espero en esa página, pues pensamos tener en cuenta sus sugerencias.

El buzón queda abierto hasta el mismo lunes. Mientras, ya que según Bizácoras estamos en La Feliz Semana Internacional del Traje de Gorila, les dejo con un guiño cinematográfico. Un Gallifante para el primero que adivine el títuo. Fácil, ¿no?

25.1.06

Cuestión de nalgas

El sábado por la tarde andaba yo por casa un tanto desesperado. Tenía el ordenador desnudo sobre la mesa, con las tripas al aire y mostrándome todas sus intimidades. No acababa de decidirme a hurgar en la placa madre para usurparle la pila. Cada vez que pretendía empezar la faena (digna de un cirujano experto), se me aparecía la imagen de Sigourney Weaver luchando a brazo partido con la madre de todos los Aliens. Y, como es lógico, ante tan violenta y terrorífica imagen, decidí aparcar hasta el domingo la operación de extracción y posterior puesta al día del PC.

Con la intención de alejarme un poco de ese infierno informático, decidí perder mi tiempo en algo mucho más productivo. O sea, arriesgar mi salud mental y visionar algo atípico e innovador, capaz de romper moldes a todos los niveles. Y, ante mí, en formato DVD, tenía ese algo que, en su día, podría haber revolucionado el mundo del cine e incluso el de la encriptación de mensajes, siempre y cuando le hubieran llegado a prestar un poco más de atención. Se trataba de un spaghetti-western, El Kárate, el Colt y el Impostor. El típico producto al uso de los 70 (destinado a cines de barrio de doble sesión), pero con alguna que otra variación, pues en este caso se trata de un crossover entre el western y el cine oriental de karatekas. Bruce Lee había dado el pistoletazo de salida al género para popularizarlo y, con la inserción de unas cuantas hostias marciales en medio de la aridez del oeste americano, le daría un poco más de empaque al producto filmado en Almería. Mugre en estado bruto, coproducida por Italia, España, Estados Unidos y Hong Kong.

Lieh Loh es el chino cantonés protagonista, un tipo bajito y con melenita de lolailo que, emulando al maestro Lee, fue el encargado de repartir todo tipo de tortazos y patadas a los malvados de turno. Éste tenía muy pocas líneas de diálogo en su haber, pero era de lo más espectacular dando tremendos meneos a cuantos se cruzaban en su camino. Y como comparsa del amarillo aguerrido y peleón, se encontraba uno de los clásicos en el género: el legendario Lee Van Cleef, el cual repetía su eterno papel de ladronzuelo solitario, granujilla y simpaticote.

Su argumento es delirante. Muy delirante. Y básico. El Cleeff (para los amigos Clif) es Dakota, un tipo que pretende robar la incalculable fortuna de un chino propietario de un banco. Tras conseguir penetrar en el edificio y ver morir de un susto al potentado banquero oriental (afectado por la explosión de una de sus cajas fuertes), descubrirá que lo único que éste poseía era una sucesión de cuatro fotografías en las cuales, un número similar de tentadoras señoritas, lucían sus nalgas al aire.

Pillado in fraganti ante tan exótico tesoro, Dakota será acusado de la muerte del mandarín y condenado a la horca. Ho Chiang, un sobrino del difunto, recién llegado directamente de la China, salvará su vida y, uniendo sus fuerzas, intentarán dar con la escondida riqueza de su finado pariente. La clave para ello se esconde en los culos de las cuatro fulanas retratadas. Un tatuaje diferente en cada uno de los traseros, con una inscripción en cantonés, amaga la solución al enigma, con lo que nuestros héroes, en perfecta armonía, iniciarán la búsqueda de las mujeres marcadas.

Una americana, una rusa, una italiana y una china son las fermosas damiselas que acabarán mostrando sus nalgas a Ho, a Dakota y al espectador. Con ello, el toque cutre-erótico del momento ya estaba servido. Y más teniendo en cuenta que las posaderas de la rusa pertenecían a la mismísima Patty Shepard, una de las musas sexuales de muchos de los calentorros sueños de adolescencia de una generación muy concreta. Y, siguiendo a nuestros protagonistas, muy de cerca, un predicador sanguinario que, vestido de negro (el atuendo típico de los más ignominiosos), pretende adelantárseles en el descubrimiento del tesoro.

El Kárate, El Colt y el Impostor acumula despropósitos uno detrás del otro. Psicodelia pura. Surrealismo de barriada. Basura en estado de putrefacción. Una mezcolanza en la que las artes marciales (metidas a presión sin venir a cuento), los tiroteos y el erotismo, se amontonan sin orden ni concierto. Una road movie sin coche, con caballos y cuatros culos pizpiretos. ¿Un western con chinos o una chinada con cowboys? Karateka’s Mountain.

Y es que la grandeza del cine, incluso cuando se trata de algo tan patético como este título, se encuentra en la magnificencia y el desparpajo de atreverse a rodar una película sin guión alguno, apoyándose tan sólo en unos cuantos chistes baratos y un sinfín de sopapos. Ese era un arte que dominaba como nadie Antonio Margheritti, un romano que, escondido bajo el apodo más magnificente de Anthony M. Dawson, filmó una cincuentena larga de engendros similares. Un personaje que, indudablemente, hacía churros en lugar de películas. En el 2002 nos abandonó. Se fue con los churros a otra parte.

24.1.06

Ustedes lo han querido: EL TAMBOR DE HOJALATA

El pequeño Oskar Matzerath nació en medio de una Alemania convulsa, pocos años antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial. Nunca llegó a saber si su padre biológico era Alfred -un hitleriano un tanto obtuso- o el tío Jan, un polaco, primo de su madre y amante de ésta. Asustado y avergonzado del comportamiento de los mayores, el día que cumplió tres años y tras recibir como regalo un tambor de hojalata, tomó la decisión de no crecer nunca más.

Terco en palabras y refugiándose de por vida en el molesto sonido de su tambor y en un fantástico don de su voz, se convirtió en un observador solitario de todo cuanto acontecía a su alrededor, llegando incluso a cambiar, con sus rencorosos actos, el devenir de los más cercanos a él.

El maestro de ceremonias de El Tambor de Hojalata es el propio Oskar. A través de su quisquillosa e insolente voz en off, asistimos a los pasajes de una vida marcada por las tragedias familiares y por el estallido del nazismo. La vida de un hombre que se quedó con el aspecto de un niño de tres años, pero que llegó a desarrollar los mismos sentimientos e instintos que los adultos. ¿Ángel o diablo?; un personaje bipolar que, en su infancia, asistió de cerca a una relación triangular, la de su madre con su marido y su amante. En su periplo, tanto se codeó con los nazis como con los perseguidos y odió y amó a partes iguales.

Una película atípica que, al igual que con la dualidad de su reducido protagonista, resulta irregular e inesperada. Marcada por una primera parte espléndida e ingeniosa, el equilibrio narrativo que en ella demostraba se ve desmembrado en su interminable media hora final, justo tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial y de los primeros devaneos sexuales y amatorios de un espabilado Oskar. Es a partir de ahí cuando el film de Wolker Schlöndorff pierde su cínico (y surrealista) sentido del humor, para entrar a saco en un agobiante laberinto plagado de simbolismos y segundas lecturas. El realizador juega entonces a ser (erróneamente) más felliniano que el propio Fellini: monta un circo de enanos, éstos se le reproducen como conejos y acaban inundando la pantalla enfundados en uniformes militares de graduación. Más que del absurdo, se trata de una desproporción.

Al contrario que en su primera parte, narrada con cierta calma y precisión, en el sprint final Schlöndorff pierde la cordura y precipita los acontecimientos de manera exagerada: se inicia el conflicto internacional y, de repente, los americanos ya han llegado a París. O bien las tijeras hicieron mella para aligerar el (excesivo) metraje, o el prestigioso Jean-Claude Carrière, su guionista, se hartó de la minuciosidad con que inició la adaptación de la obra de Günter Grass.

Los años no le han pasado en balde. Como diría Don PacoMartínezSoria, el Arte y Ensayo no es para mí. Y es que El Tambor de Hojalata ha envejecido demasiado rápido, al contrario que su pequeño protagonista. Lo que hace años impresionó a las plateas, ahora se ha convertido en un ensayo básico (y un tanto obsoleto) sobre el bien el mal: o sea, el nazismo y el comunismo. No hay término medio.

A pesar de los pesares, sigue poseyendo ciertos aspectos que aún conservan su fuerza inicial como, por ejemplo, la cruda manera de afrontar el tratamiento de ciertos pasajes escatológicos (pocas veces superado por el cine actual) o la agudeza visual e imaginaria de su autor que, indudablemente, nos ha dejado momentos cinematográficos inolvidables y de gran belleza plástica (la escena en la que un furibundo Oskar, en pleno arrebato de celos y valiéndose de sus poderes, decide romper las cristaleras de una catedral). Y, sin olvidar tampoco, las magníficas interpretaciones de sus actores. Del primero al último, aunque resaltando por supuesto al joven David Bennent, una especie de mezcla infantil entre Anthony Hopkins y Carlos Pumares, la criatura ideal para dotar de todo tipo de matices al personaje del pequeño que decidió no crecer nunca más: el Peter Pan germano.

En otro orden de cosas y al margen del film, querría citar la pésima edición en DVD que hizo la empresa Filmax de este título. Aparte de estar subtitulado con la punta del... está dotado de una imagen poco nítida, lleno de continuos cambios de color y brillo en su metraje y con un widescreeen miserable . Todo un prodigio, vaya.

Nuevo telegrama... urgente

No necesité servicio técnico. STOP. Cambié la pila. STOP. Durante horas combatí con Bios. STOP. Y vencí. STOP. Aunque salí un poco magullado. STOP.

Esta noche vuelvo. STOP. Prepáreme cena, Sally. STOP. Vendré a con Oskarcito y su tambor. STOP. No queremos pescado. STOP. No ponga cristalería cara.

20.1.06

Telegrama urgente

Posteo desde el trabajo. STOP. Ayer noche, mi ordenador se descoyuntó. STOP. No hay manera de reiniciarlo. STOP. Tampoco puedo abrir Bios. STOP. Desesperado estoy. STOP.

Dicen que puede ser la pila. STOP. Esta tarde probaré a sacarla. STOP. Y volveré a ponerla. STOP. La intención es resetear Bios. STOP. Esperó no esté soldada a la Placa Madre. STOP.

Si durante el fin de semana no actualizo, estaré mesándome los pelos. STOP. Señal inequívoca de haber recurrido al Servicio Técnico. STOP.

STOP. STOY hasta los mismísimos del PC. STOP

18.1.06

Mala leche

Mientras el Crash de Cronenberg golpeaba las entrañas y sacudia las vísceras, este nuevo Crash, el de Paul Haggis, apunta directamente al cerebro y remueve todo tipo de sentimientos.

El que fuera guionista de Million Dollar Baby, en su segundo trabajo para la pantalla grande -tras varias experiencias en el mundo de los telefilms- se apunta al juego de Robert Altman y monta su particular Vidas Cruzadas. Una película coral, ambientada en la impersonal Los Ángeles y que, al igual que en el título de Altman, mezcla en su historia a varios personajes los cuales, durante su metraje, acabarán coincidiendo directa o indirectamente a través del azar y la casualidad, factores éstos que cobrarán un protagonismo especial.

Crash empieza con un accidente de tráfico. En éste se ven implicados una mujer oriental y una pareja de detectives del cuerpo de policía de la ciudad, en el momento en que se dirigían al escenario de un crimen. A partir de ese punto, el film inicia un largo flash-back trasladando su acción al día anterior al suceso. Y es allí en donde empieza a apuntalar su alambicado y consistente guión, preciso como un instrumento de relojería y construido de manera cerebral y concisa.

El fiscal general y su intolerante esposa, varios agentes de policía, un matrimonio de color aposentado, un honrado trabajador de una empresa de seguridad, dos delincuentes afroamericanos y un resentido emigrante turco, entre otros, serán algunos de los personajes que se irán entrecruzando en la laberíntica y dura trama.

Al igual que en la olvidada (y remarcable) Grand Canyon de Kasdan, Haggis se centra en la violencia que invade las calles de Los Angeles. El racismo está presente a todos los niveles. El conflicto racial no sólo es cuestión de blancos y negros. Orientales, árabes y espaldas mojadas también se ven inmersos en esa surrealista vorágine plagada de rencores, desconfianza y odio. La mala leche concentrada al cien por cien. Una amalgama de intransigencias que de manera inevitable desemboca en el caos de la violencia. O, a la inversa. Tanto da. Y Clash expone esa dualidad con toda claridad.

El malestar personal se extrapola de manera errónea. Y sus personajes lo demuestran con total claridad. Es más fácil escupir al primero que se cruza en nuestra camino que purgar en silencio nuestros propios problemas. El pez que se muerde la cola. La bofetada iniciada por una estupidez se convierte en mil bofetadas sucesivas a un sinfín de rostros desconocidos. El efecto dominó: todos están inmersos en él y nadie es capaz de romper la cadena.

La manera de retratar la violencia es seca y contundente. Pocas veces la muestra de frente. No se recrea en ella. Un balazo en el interior de un automóvil o un inesperado atropello están filmados a cierta distancia, incluso dejando el suceso fuera de plano; intenta no convertir el impacto repentino en el centro de la acción. Haggis apuesta más por las consecuencias del acto que por el efecto visual.

Teniendo en cuenta su crudo desarrollo, su final resulta un tanto acomodaticio. Un hecho perdonable, construido casi a propósito para no cargar demasiado las tintas.

Un film a tener en cuenta, realizado a conciencia y con un plantel de actores excelente, de entre los que sería necesario resaltar a Don Cheadle. Ninguno de ellos desentona. Todos cumplen perfectamente su cometido: incluso Sandra Bullock salva con notoriedad su (breve) personaje. Un personaje que, por cierto, rompe con sus papeles habituales de chica ñoña al aceptar convertirse en una mujer altiva y déspota con aquellos que la rodean.

No dejen escapar este título. Consejo de Spaulding.

17.1.06

Ustedes lo han querido: LOS ELEGIDOS

Los hermanos MacManus son irlandeses de pura cepa, aunque han nacido y crecido en Boston. Son tal para cual. El grado de entendimiento entre ambos es único, casi telepático. Sólo les molesta una cosa: el alto grado de degradación que se cuece en las calles de su ciudad. La mafia rusa campa a sus aires y lo peor que les podría pasar a sus integrantes es cruzarse accidentalmente en el camino de los MacManus, pues ellos son Los Elegidos.

Religiosos, de misa diaria y, al igual que Charles Bronson en El Justiciero de la Ciudad, creen en la erradicación de la violencia usando la propia violencia. Connor y Murphy MacManus, los ángeles bostonianos, los Ángeles Exterminadores. Y, siguiéndoles la pista, un peculiar agente del FBI; inteligente, sagaz, homosexual (aunque al mismo tiempo homófobo) y raro... muy raro.

Y detrás de esa premisa, Troy Duffy, su director y guionista. Todo un farsante: falsificador y copión Originalidad casi nula. Justo un año antes de Los Elegidos, y desde Gran Bretaña, Guy Ritchie nos sorprendía con un film insólito y muy fresco, Lock & Stock. Y el espabilado Duffy decidió utilizar el mismo patrón que Ritchie: personajes desquiciados y en extremo caricaturizados, un vibrante ritmo narrativo, mucha violencia y, ante todo, el uso de diversos cambios narrativos en el tiempo para plasmar su historia. Pero lo que a uno le funcionó perfectamente, al otro se le escapó de las manos.

Mientras Lock & Stock se mostraba como un film sincero, innovador (aunque deudor de la herencia Tarantino) y muy coñón, Los Elegidos se me antoja un trabajo truculento, falso e ideológicamente resbaladizo. La Ley del Talión es poco ante las resoluciones tomadas por los MacManus, así como igualmente peligrosa resulta la tolerancia demostrada ante éstos por el estrafalario hombre del FBI (un desmesurado y cargante Willem Dafoe).

El tono satírico que pretende mantener durante todo su metraje es básico y chabacano. En este aspecto, utiliza todos los tópicos habidos y por haber en la comedia más barata, aquella que siempre se encuentra en la última estantería del video-club más tirado del barrio. No falta siquiera el típico bufón de cualquier película de tres al cuarto: el personaje del amigo italiano, bravucón y un tanto descerebrado; el mequetrefe de turno que se lleva las bofetadas más grandes (¿recuerdan a Arenas y Cal?) y se deja embaucar con cualquier idiotez. El Gracioso es su apodo. Lógico.

De guión hay muy poco, por no decir que es inexistente. Todo se basa en ir hacia delante y atrás en la historia. Y entre avances y retrocesos, muchos tiroteos y un exceso de sangre. Tortazos, caídas, y más balazos. La violencia gratuita, así, sin más, por el morro. ¿Es la elección de las plateas? Puede ser. Pero ya no mola. Cansa, aburre e indigna. Al menos a mí. Demasiadas burradas acumuladas una tras otra y muy poco argumento. Y, por si fuera poco, la sosería innata de Sean Patrick Flanery y Norman Reedus, los dos angelitos justicieros.

Y al final, el milagro. El tal Troy Duffy acaba demostrando un mínimo de inspiración y, bajo la batuta del desmelenado Dafoe, orquesta una escena maravillosa, digna de figurar en las antologías cinematográficas y en la que se reproduce, en la mente desorbitada y frenética del agente del FBI, un cruento asesinato múltiple. Para tener en cuenta. Sencillamente genial.

De todos modos, una única escena no sirve para salvar una película. Se trata tan sólo de un breve y brillante destello de cine (en puro estado) en medio de un oasis apayasado y de ideología ambigua. Religión y muerte. Venganza y aniquilación. La fumigación de la escoria como solución a los problemas de la sociedad actual. Los viejos vengadores de Bronson puestos al día a través de una estética más actual. Los mismos perros con diferentes collares.

Al fín y al cabo Scorsese, en la excelente Taxi Driver, nos dijo lo mismo que Los Elegidos. Sin tanto circo visual y sin ese toque fascistoide y religioso tan molesto.

16.1.06

No apto para frikis

La otra tarde tuve una grata sorpresa al ver Bajo el Sol de la Toscana. No es un film redondo, ni mucho menos, pero resulta sensible, gracioso y con un toque fantástico y un tanto surrealista que le otorga una personalidad especial. Y, por si fuera poco, cuenta como protagonista central con la cada vez más espléndida Diane Lane; una mujer que, en su madurez, ha ganado en belleza, estilo y elegancia. Y, por supuesto, en interpretación, ya que ella es el eje sobre el que giran el resto de personajes de esta cinta, dirigida con profesionalidad por Audrey Wells, la que fuera guionista de la divertida La Verdad Sobre Perros y Gatos.

Una escritora y crítica literaria, tras divorciarse de su marido al descubrir que éste llevaba años engañándola con otra, decide dejar la ciudad de San Francisco y aceptar -de una amiga- un billete de avión para viajar hasta un idílico paraje de la vieja Italia. El único problema es que se trata de un tour especial, destinado en exclusiva al colectivo gay. Sin más, éste es el punto de partida de Bajo el Sol de la Toscana.

Tras el mismo se atisba, con facilidad, que se trata un producto típico y tópico. Su historia es sencilla y no esconde sorpresas, aunque lo que de verdad atrae se encuentra (aparte de en sus chispeantes diálogos y situaciones) en la particular manera en que está narrada. Juega con los géneros y estilos cinematográficos y los mezcla con desenvoltura. No rompe esquemas establecidos; al contrario, recurre a ellos en todo momento. Tampoco es un título original, pero sabe manejar con acierto y un punto de clasicismo la manera de exponer sus intenciones.

Su introducción apela al universo hermético y cerrado de Woody Allen (una gran ciudad, personajes snobs y elitistas, gente acomodada y con problemas de pareja). Cambia el Nueva York de éste por San Francisco y, al mismo tiempo, le da una visión mucho más femenina (que no feminista) a la trama. Después, una vez instalada Diane Lane en la Toscana, opta por olvidar a Allen al decantarse por un tono casi onírico y plagado de toques surrealistas. Una especie de fábula sentimental y romántica, con príncipe azul incluido, que sigue la fórmula de otros dos films similares y rodados en Europa, Chocolat y Por Amor a Rosana.

La película habla del temor a cambiar de vida y romper definitivamente con el pasado. Tiene su pincelada tierna e íntima, sobre todo en la magnífica utilización de la voz en off de su protagonista. Y ello lo hace desde el terreno de la comedia, sin extralimitarse en absoluto. Con la presencia de la figura interpretada por Lindsay Duncan, una mujer madura y fantasmal (un claro guiño a la Anita Ekberg de La Dolce Vita), homenajea a Fellini; sólo le falta la Fontana de Trevi. Y con el preciso y precioso personaje al que da vida Diane Lane, consigue que todos nos enamoremos de ella: tanto hombres como mujeres.

De todos modos, es una lástima que un film sin pretensiones, tan agradable y simpático como éste, caiga en su parte final en ese tonillo dulzón y empalagoso al que, por desgracia, nos quieren acostumbrar desde el cine norteamericano. Pero tan sólo resbala un poco durante esa parte del metraje pues, en general, se trata de un título que aprueba con nota alta y mucha dignidad. Y, aunque tan sólo sea para disfrutar con la presencia y el trabajo de la Lane, vale la pena darle un vistazo. A veces, la humildad y sencillez son aspectos que se agradecen mucho como espectador.

Eso sí; no se lleven a engaño: no es un film en absoluto apto para gente con espíritu friki y amantes del gore. Ideal para aquellos que aún crean en hadas madrinas.

15.1.06

Un lugar en el sol

Una joven delicada y enamoradiza. Una mujerona, entrada en años y carnes, amante de su marido. Una madre violenta y criminal. Una dama de la aristocracia. Una hembra pérfida y cruel. Shelley Winters pudo con todo. Muchos la daban ya por muerta desde su infarto en el Poseidón, pero estuvo en activo hasta 1999, fecha en que se retiró del mundo del cine.

Ayer, a los 85 años de edad, esa gran señora que jamás dio muestra alguna de histrionismo, ha encontrado su merecido lugar en el sol.

Zapping

Fin de semana ante el televisor, con el mando a distancia sacando humo. Y, con ello, un par de breves a resaltar:

1) La voz de la locutora de continuidad deTNT (Digital +), tras la emisión de una película, anuncia el siguiente título en la parrilla de programación: “Y, a continuación ¿Qué me pasa, Doctor?, la obra maestra de Blake Edwards”.

2) Ayer tarde, TV3, la Televisión Autonómica de Catalunya, proyecta una copia en... ¡VHS!... del western de Anthony Mann, El Hombre de Laramie. Una copia, por cierto, rallada y defectuosa.

Sin comentarios.

12.1.06

Con el cool

Uno de los regalos que me cayeron las pasadas navidades fue una película en DVD (¿por qué será que todos me regalan deuvedés? ¡qué cosa más rara, recórcholis!). Se trataba de Be Cool, un título que no había visto en su estreno y que se trata, ni más ni menos, que de una secuela de Cómo Conquistar Hollywood, la irregular cinta de Barry Sonnenfeld, protagonizada por John Travolta y basada en una novela del prestigioso Elmore Leonard. En ella se narra el cambio laboral de un violento sicario de la mafia de Miami el cual, instalado en Los Angeles para cobrar una deuda de juego a un productor cinematográfico, decidirá abandonar su trabajo habitual para hacer sus pinitos en los negocios del séptimo arte.

El realizador de esta nueva entrega es F. Gary Gray, el que dirigiera el remake de The Italian Job. En Be Cool retoma a Chili Palmer, el gángster reciclado interpretado por Travolta, y le enfrenta a un nuevo tipo de negocio, el de las discográficas, aún mucho más peligroso que el del mundo del cine. Y sobre todo cuando se intenta potenciar al estrellato a una joven cantante de color, codiciada por uno de los empresarios musicales más sucios y truculentos de la ciudad.

La verdad es que la cinta posee muy pocos atractivos. Y uno de los pocos se encuentra en la presencia (siempre de agradecer) de Uma Thurman. Al menos, esa mujer, le da un poco de empaque al producto, a pesar de haber sido contratada con la única intención de reunir de nuevo a la pareja de Pulp Fiction para marcarse un nuevo baile en homenaje a Tarantino. Y no es el único guiño a la figura de éste, ya que el tal Gary Gray y su guionista parecen no saber ir más allá de los patrones establecidos por el director de Reservoir Dogs. En pocas palabras: Be Cool es un refrito de parte de la filmografía y del estilo de Tarantino, aunque en versión Sesamo Street.

En Cómo Conquistar Hollywood ocurría un poco lo mismo pero, a pesar de su irregularidad, se trataba de un film un poco más fresco y entretenido, con algún que otro momento gracioso en su haber y un guión bastante más inteligente. Be Cool es tan sólo la repetición y la exageración del título anterior. Cuatro guiños cinéfilos (totalmente forzados) y la presencia de un buen número de actores conocidos (y reputados), no son suficiente como para conseguir un producto minímamente digno. James Woods, Harvey Keitel y Vince Vaughn se pasean ante la cámara con el histrionismo salido de madre, mientras un abultado John Travolta nos demuestra que algún día acabará cediendo a una liposucción. La Turman se menea y nos turba (ya digo: ¡lo mejor!) y una insulsa joven de color, Christina Milian, se interpreta a sí misma (bajo el nombre de Linda Moon) buscando promocionarse como cantante, su verdadera profesión en la vida real..

Todo queda muy postizo y apayasado. El film no funciona en ninguna dirección: ni como thriller, ni como comedia gamberra, ni como musical. Y la curiosidad de ver auto parodiándose a Steven Tyler, (el líder de Aerosmith), en lugar de hacer gracia acaba dando cierta pena (penita, pena); quilos de silicona, miles de arrugas y cierto patetismo envuelven la figura de la estrella del rock.

Lo que podría haber sido una crítica cínica y ácida sobre Hollywood y el negocio de las discográficas, queda en una simple bufonada, llena de personajes salidos directamente del universo de Los Chiripitifláuticos. Ver para creer. ¡Si Billy Wilder levantara la cabeza!

10.1.06

Ustedes lo han querido: LOS OLVIDADOS

Los Olvidados es uno de los films de Buñuel, junto con Las Hurdes, más realistas de toda su filmografía. Rodado a principios de los años 50, su estética formal y su historia se acerca más al neorrealismo italiano de esa década que al mundo surrealista y onírico del propio don Luis, aunque sin renegar, por ello, a insertar alguna que otra constante de su particular universo, como una escena en la que un niño, durante su sueño, se enfrenta a los temores que le rodean, empezando por el deseo insano por su dominante madre.
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La película hace referencia a ellos, a los olvidados (tal y como reza su título), a los perdedores urbanos. Habla de seres marginales, del barraquismo y de la delincuencia juvenil, centrándose, ante todo, en este último aspecto. El submundo más crudo y desamparado que habita en la trastienda de las grandes ciudades.

La cinta transcurre en las calles de México D.F., pero también podría haber estado ambientada en Barcelona, Nueva York o París. Rehuye cualquier atisbo de comedia, aunque sus pequeños detalles personales, en esta ocasión, le acercan más al mundo deforme que plasmaba Fellini en su cine que al propio circo buñueliano. La pantalla se llena de freaks: gente deforme, tullidos, ciegos, enfermos y lunáticos conforman la peculiar fauna de Los Olvidados.

El hambre y la miseria son dos de los principales motivos que mueven a sus jóvenes protagonistas a delinquir. No importa darle una paliza a un inválido si con ello se consigue un mendrugo de pan, a pesar de que, poco a poco, esos supervivientes imberbes acaben convirtiéndose en carne de presidio.

Buñuel se muestra valiente en su exposición. Muchachos inclinados al robo e incluso a matar por el mero hecho de no tener otras oportunidades. La bondad, en esas calles, no existe. Y, en el caso contrario, es reciclada o anulada por los propios colegas. El maestro de Calanda expone y, al mismo tiempo, juzga. Y condena a la sociedad, la única culpable de que esos olvidados tengan tan pocas (o nulas) facilidades para enderezar su camino.

Y, a pesar de su crudeza visual y narrativa y de ese toque tan realista, envuelve a su narración con pequeños detalles que la hacen aún más grande. Sus obsesiones (aunque de manera breve) siguen presentes. Su misoginia y su habitual debilidad morbosa por el sexo las vuelca a través de un par de maravillosas pinceladas obscenas, tal y como mandaban sus cánones. Una tierna manceba derramándose leche de cabra sobre sus tersos muslos o la mirada lasciva y descarada de un adolescente sobre la entrepierna de una mujer madura. son dos claros ejemplos de ello.

Un melodrama espeluznante. Conciso y cortante. Conserva su estilo y, sin embargo, va mucho más allá. Una patada moral en la boca del estómago. Han pasado más de 50 años desde su estreno y su propuesta sigue tan vigente como en su época. En ese aspecto, hemos avanzado muy poco. Al contrario: los olvidados han crecido en número.

9.1.06

Hoy no hay cine... pero sí la actualidad más escritofrénica

Se han acabado las fiestas. Demasiadas comidas y poco cine. Los últimos tres días, como habrán podido comprobar, me los he tomado de fiesta. El cuerpo (y la mente) siempre pide un descanso... aunque esta semana toque ponerse al día, a marchas forzadas.

Como breve intermezzo, les dejo con un link curioso; al menos, original. ¿Han soñado ustedes, en alguna ocasión, con unas noticias más refrescantes de lo habitual? Paséense durante unos minutos por Actualidad Escritofrénica y descubrirán un blog prometedor. Yo, al menos, lo encuentro divertidísimo... Ya me contarán...

Un beso en la frente y hasta mañana. Me voy a cargar baterías.

5.1.06

La gran familia

Ayer les hablaba de Rompiendo las Olas, uno de los films emblemáticos del movimiento Dogma. Hoy, aprovechando estas fiestas navideñas a punto de finalizar, durante las que todas las familias se reúnen al completo para realizar todo tipo de celebraciones, vale la pena darle un vistazo a uno de los títulos más crueles y cínicos que generó este movimiento. Se trata de Celebración (Festen) , en el que su realizador, el también danés Thomas Vinterberg, dio un repaso vitriólico a la jet set centrándose, ante todo, en el seno de la familia Klingenfeldt; una familia bien que, aprovechando el 60ª aniversario de su padre, decide reunirse en el hotel propiedad de éste para hacerle los honores pertinentes.

Tres son los hijos que se presentarán a la fiesta: Helene, la hija rebelde y autónoma; Michael, la oveja negra con ganas de reintegrarse en el cogollo familiar y Christian, el mayor de ellos, un tipo solitario que llora en silencio la reciente y prematura muerte de su hermana gemela, cuyo fantasma aún pulula por el enrarecido ambiente del lujoso parador en el que se han reunido. Y, junto con ellos, un numeroso grupo en el que se mezclan abuelos, tíos, primos y conocidos cercanos, así como la considerable cuadrilla que conforma el servicio del local.

Recelos, demasiados secretos oscuros del pasado, envidias y asfixiantes reproches –durante demasiados años silenciados entre ellos-, junto con una cuantiosa cantidad de alcohol y comida, acabarán convirtiéndose en el detonante de un necesario cocktail molotov que salpicará a buena parte de los allí presentes. Un campo de batalla, tanto verbal como físico, en el que su director, Vinterberg, aprovecha para dejar al desnudo el cinismo con el que muchos afrontan su propia existencia. La negación del pasado como método psicoanalítico para seguir en la brecha sin remordimientos de ningún tipo.

Una bofetada moral, cruda y dura. Su cámara, en constante y frenético movimiento (tal y como mandan los cánones del Dogma), le da un toque de fiereza a la historia y, al mismo tiempo, convierte a su narración en algo mucho más real y palpable de lo que se podría esperar. Nada ni nadie es lo que parece. Tras la apacibilidad de algunos, se esconden monstruos terroríficos. El dolor, más que físico, es moral. Un dolor de esos tan profundos que se localizan en el centro mismo de las entrañas, por muy putrefactas que éstas se encuentren.

La sobriedad es la clave del film. Pero una sobriedad extraña, atípica, en la que los chillidos de angustia, rabia y horror se multiplican en la mayoría de miembros de esa familia. El caos y el desconcierto ya han empezado. El guateque está aguadao. Más que aguado, alcoholizado, drogado, apestosamente corrupto. La realidad toma visos de ultratumba. El barco acaba de iniciar su naufragio.

Celebración es un film seco, sin cortapisas. Una especie de mazazo a la conciencia, de luminosidad oscura y fotografía granulosa. Un repaso fustigador al egoísmo humano. No hay, en él, un ápice de humor; sólo una colosal dosis de mala leche. Y, por supuesto, un guión excelente en donde cada hecho y cada frase ocupan su lugar concreto en el momento preciso. El análisis quirúrgico de una familia desmoronada que, intentando guardar las apariencias, ha sido capaz de sobrevivir, durante muchos años, escondiendo celosamente un secreto desgarrador.

Una joya en estado puro. Radical y salvaje.

4.1.06

Ustedes lo han querido: ROMPIENDO LAS OLAS

Lars Von Trier no deja de sorprenderme. Es de los pocos directores europeos, en la actualidad, que logra atraparme casi siempre en sus delirantes y dilatadas propuestas. Ese universo exagerado y melodramático (que ya hubiera querido para sí el gran Douglas Sirk) es la constante más atractiva de su filmografía, así como ese halo religioso (un tanto crítico) con el que baña la mayor parte de sus trabajos. Dios, el pecado y la redención: tres pasos casi obligados en el cine de Von Trier.

En Rompiendo las Olas, uno de sus productos más bellos y crudos al mismo tiempo, no falta ese misticismo religioso que otorga a su protagonista femenina un cierto aire de sumisión, masoquismo y de castración intelectual. Dios da. Y también quita. Sobre todo quita. Su omnipresencia agobia a Bess, una joven buena e inocente, sin maldad alguna, educada bajo el temor de Dios en una comunidad pequeña y sectaria y marcada psíquicamente por la inesperada muerte de su hermano... Ante sus problemas, se dejará llevar por la insolencia y el totalitarismo que habitualmente descarga la etérea presencia del ser divino, a pesar de que, al mismo tiempo, afronte con una firmeza estoica los improperios contra su persona vertidos por los mayores del lugar.

Rompiendo las Olas es una película de amor. De amores pasionales. De dos seres desgarrados que quieren amarse eternamente. De una mujer que descubre el significado de la palabra amor a través del sexo que nunca había tenido antes. De incomprensión, de religión, de enfermedad, de locura, de obsesión, de persistencia, de pecado y de la hipocresía. Un film ácido y sin desperdicio, en el que todos se sienten capaces de convertirse en juez y verdugo de una mujer débil y desequilibrada, sin meditar el mal que ello pueda acarrear: incluso un grupo de niños mostrará cierto placer morboso jugando a apedrear a la joven descarriada.

Claro estandarte del movimiento Dogma, Von Trier vuelca parte de su filosofía cinematográfica experimentando con la cámara en mano. Puro Parkinson en movimiento constante. Temblores al por mayor. Pero sólo en su primera media hora. Después, las convulsiones visuales se calman, son mucho más suaves. Pero el espectador, zozobrado en su inicio, psicológicamente seguirá afectado por el vaivén. Una biodramina es la mejor ayuda para digerir la dureza de lo propuesto. Una dureza tanto escénica como argumental. Y es que en Rompiendo las Olas, el realizador danés se propuso removernos profundamente las entrañas.

Hay películas, como ésta, a las que hay que saborear poco a poco, sin prisa y sin atragantarse ante la dureza de su sabrosa consistencia; digerirlas durante un par de días y, seguidamente, defecarlas para sacar de nuestro cuerpo tanto dolor psíquico y físico de encima. Y con ello no me mal interpreten. Ver Rompiendo las Olas no es ningún acto de contrición; al contrario: es una gozada inmensa. Tiene guión, sus personajes están perfectamente definidos, nada chirría en su engranaje y posse una sobredosis de realismo que la hace aún más punzante. Y a veces, descubrir que los humanos somos tan perversos y necios, resulta muy difícil de sobrellevar.

Emily Watson es Bess. Hasta ese momento, nadie la conocía. Una actriz nobel. Su descarnada y valiente representación de la atormentada Bess McNeill se trata de una labor interpretativa magnífica, de las que hacen historia. No es de extrañar que por este trabajo, recibiera varios premios y reconocimientos que la han acabado convirtiendo, con el paso de los años, en una de las actrices más respetadas y emblemáticas de la actualidad.. Toda una dama del mundo del cine. Y, en la otra cara de la moneda, una figura habitual en el cine del director sueco, Stellan Skarsgård, la moderación hecha persona, la obsesión amorosa de la perdida Bess.

Cine en mayúsculas. Gran cine el que, en los últimos años, nos está sirviendo en bandeja de plata Von Trier. Será un tipo antipático y déspota (pocas de las grandes actrices que han trabajado con él repiten en su mundo), pero sabe narrar historias compactas y desgarradoras. Sin ir más lejos, allí están, por ejemplo, Bailar en la oscuridad y Dogville. De manera original, rompe moldes. El suyo es un cine clásico dotado de una personalidad irrepetible y peculiar. Un cineasta único que, indudablemente, ha influido mucho en el trabajo de otros directores, como ocurre en el caso de Isabel Coixet en su última película, La Vida Secreta de las Palabras. En ésta, el arrepentimiento y la redención forman parte del eje central del producto. Y, al igual que en Rompiendo las Olas, una plataforma petrolífera se convierte en uno una de los puntos geográficos en los que transcurre parte de la historia.

En pocas semanas, llega el último trabajo de Von Trier, Manderlay, la anunciada secuela del protagonizado por Nicole Kidman, Dogville.